domingo, 7 de abril de 2013

Algo más que un sueño.


   Se despertó sobresaltada, de nuevo el mismo sueño recurrente. Cada vez eran más nítidos, más fuertes. El sudor perlaba su frente, el deseo insatisfecho le recorría el cuerpo. ¿Quién era él? Al principio todo era demasiado borroso y confuso, pero poco a poco, iba siendo capaz de apreciar más detalles.

    El sueño siempre comenzaba de la misma forma. Veía a una mujer vestida de blanco, con un libro en la mano, al fondo unas esculturas esbeltas y alargadas.


En ese instante desaparecía, sentía una presencia en su espalda que la observaba y, sin poderlo evitar, comenzaba a temblar. Después de aquello el sueño podía continuar de formas muy distintas, pero cada noche que pasaba iba subiendo la intensidad de sus caricias y el anhelo era mayor.

    Ese hombre misterioso que aparecía en sus sueños, la provocaba y la excitaba de tal forma, que cuando lograba despertarse, el deseo insatisfecho la consumía. Por mucho que se tocaran, por mucho que se besaran, nunca podían llegar al clímax. Era una tortura.
   Día a día se iba convirtiendo en algo más pasional y a la vez más tormentoso. Cuando parecía que ambos iban a llegar al ansiado momento, se despertaba sobresaltada. Siempre ocurría de la misma forma; escuchaba un gran estruendo, parecido a una bandeja chocar contra el suelo y el inconfundible sonido de unos vasos rompiéndose en pedazos. De repente todo se volvía rojo y se despertaba angustiada, confundida y anhelante.

   Hoy había sido el más intenso de todos,  él aparecía por detrás, le acariciaba el cabello de la nuca retirándoselo hacia un lado. Con la otra mano sentía la yema de los dedos subiendo por su brazo desnudo, sin poder evitarlo, su carne se convertía en pequeños puntos receptivos. Sintió el cálido aliento fundirse en su cuello, sus labios chocaron con su piel deslizándose lentamente hacia el hombro. Le agarró el fino tirante que le estorbaba y, despacio, lo bajó por su brazo.

  Poco a poco se dio la vuelta, se encontró con sus ojos clavados en ella, esos ojos de un verde oscuro y profundo. Tenía el pelo completamente rapado y en su ceja, sobresalía un aro de metal que le hacía más misterioso e interesante.

—Bésame —le susurró con un tono ronco y masculino.

   Cuando iba a lanzarse hacia su boca, desapareció, quedándose sola de nuevo. Escuchó risas a su alrededor, la habitación comenzó a dar vueltas, estaba llena de gente que se quedaban mirándola pero no se reían, solo la observaban. Una angustia crecía en su interior, quería que la habitación dejara de girar para poder irse de allí. Se puso a correr, corrió y corrió sin detenerse, aunque por más que lo hacía, sentía que no avanzaba. Exhausta se paró y se apoyó en la pared. Cerró los ojos, intentó coger aire y, en ese momento, una cálida mano la agarró entrelazándose con la suya.

   Abrió los ojos y ahí estaba de nuevo, él tiró de ella, invitando a seguirle. Obedeció y se aferró a su brazo, no quería que volviera desaparecer. Un segundo después, estaban en otra habitación con un gran ventanal y una cama al fondo. Ahora, frente a frente, él metió la mano entre su pelo y la acercó hacía su cuerpo. No quería despertar, sabía que era un sueño, pero necesitaba su presencia, su compañía, todo lo que él le ofrecía. Sus labios se unieron y el deseo se disparó, un gemido salió de la boca masculina. La agarró de la cintura y la subió en la mesa que estaba detrás de ella.

—¿Quién eres…? —preguntó Laila en un susurro.

     Él tapó su boca con un dedo ordenándola callar de forma sutil. Le arrebató otro beso, mucho más intenso y posesivo. Ella comenzó a desabrochar los botones de su camisa, quería tocarle, sentir su cálida piel, la deslizó por sus hombros y se apartó de él.

   Observó el fuerte y ancho tórax, los brazos eran duros y gruesos, deslizó las manos por su piel. Abrasaba, tanto como ella. Él apoyó la mano derecha en su muslo y fue subiendo poco a poco, quemándola. Llegó hasta su caldeado centro, apartó el fino tanga hacia un lado y penetró los dedos en su ardiente humedad. Jadeo excitada y echó la cabeza hacia atrás. Él, cada vez más fogoso, arremetió contra su cuello, la agarró más fuerte y succionó su piel, un escalofrió la atravesó. Iba a llegar al clímax.

  La respiración de ambos se iba alterando, el deseo era tal que apenas podía controlarse, quería fundirse con él, besarle, tocarle hasta averiguar cada resquicio de su cuerpo. Comenzó a desabrocharle los pantalones, pero percibía que llegaba el final, que su sueño iba a concluir. De nuevo escuchó la bandeja contra el suelo y el sonido de los cristales rompiéndose en mil pedazos. Después, el color rojo lo inundó todo.

   Se incorporó en la cama y, se frotó la cara, pasando las manos por el pelo. Cada día se desesperaba más. Fue al baño y se miró en el espejo. El reflejo mostraba una mujer con el cabello rubio y alborotado, su cara estaba sonrosada y el azul de sus ojos era aún más intenso. Cuando fue a lavarse la cara, se vio algo en el cuello. Era como una mancha, se acercó más. Parecía…

—¡Dios mío un chupetón! —dijo en voz alta.

  Lo tocó. ¿Cómo era posible?, no había estado con nadie desde hacía un tiempo, no parecía una mancha, era el típico ronchón que se quedaba una vez que alguien succionaba la piel. El único beso que le habían dado recientemente era en…

—El sueño… —susurró—. No, esto no es posible, me estoy volviendo loca.

   Salió del baño y decidió irse a la cama, mañana era un día muy largo en el trabajo y tenía que intentar dormir. Pensó de manera racional, a lo mejor se había arañado o dado algún golpe sin darse cuenta. Lentamente apoyó la cabeza en la almohada y después de dar mil vueltas de un lado a otro, todo se fue volviendo borroso y la venció el sueño.
.

Apenas pudo concentrarse en el trabajo, no podía parar de pensar en la marca del cuello. Los sueños que tenía eran demasiado reales, estaba casi segura que el chico de sus sueños existía y daría lo que fuera por conocerle. Buscó información sobre viajes astrales, o cualquier cosa que pudiera explicar lo que estaba ocurriendo. Ella, que siempre había sido tan racional, buscaba explicación en cosas ilógicas. Leyó como gente que estaba muy unida podían tener esta clase de sueños, buscándose el uno al otro, pero  no le recordaba y, mucho menos, estaba unida a él, al menos en la vida real, ya que de forma onírica sentía otra cosa completamente distinta.

 Finalmente llegó a casa y se cambió de ropa. Había quedado con Sofía para ir a una exposición de cuadros a la que intentaban ir todos los años. Se puso un vestido negro de tirantes, ajustado hasta la cintura y más suelto por debajo, hacía calor y así estaría más fresca. Se recogió el pelo y se puso las sandalias de tacón.

  Llevaba media hora esperando a su amiga, cuando la llamó y le confirmó que le había surgido algo en el trabajo de última hora y que se iba a retrarsar. Laila decidió esperarla dentro. No había mucha gente, comenzó a ver los distintos cuadros que estaban colgados, la mayoría eran fotos en blanco y negro. Cogió un refresco que le ofrecía un camarero y de repente se quedó paralizada. Allí, frente a ella, en un cuadro en blanco y negro, estaba la mujer de su sueño, con el libro en la mano y las esculturas detrás. En ese momento lo recordó, lo había visto en la exposición del año anterior. Por eso siempre le había parecido tan familiar.

  Como en su sueño, creyó percibir una presencia detrás de su espalda, se giró rápidamente y no había nadie. Miró a su alrededor, pero no reconoció a ninguna persona que estaba allí. No sabía el motivo, pero su corazón palpitaba cada vez más fuerte. 

—Dios, no puedo creer que estés aquí —susurró una voz masculina detrás de su espalda.

Se dio la vuelta y allí estaba él, desnudándola con la mirada, tan intenso y sexy como en sus sueños. Con el pendiente en la ceja y extremadamente erótico. Sin poderlo evitar se le cayó el vaso al suelo. Él sonrió.

—Parece que eres una experta en romper vasos.

   Entonces recordó todo, doce meses atrás, en esa misma exposición, se dio la vuelta bruscamente y, el camarero que justo pasaba por su lado, chocó con ella y la bandeja con las bebidas cayó al suelo produciendo un gran estruendo. Recordó como todo el mundo se quedó mirándola y, al observar a su alrededor, percibió unos intensos ojos verdes clavados en ella. Él llevaba puesto una camiseta roja. Rápidamente ayudó al camarero a recoger los vasos y en cuanto pudo huyó y se fue al baño para que la gente dejara de mirarla. Su consciente se había olvidado de él, pero no su subconsciente.

   Ahora estaban frente a frente. Se aproximó más hacia ella y, despacio, acercó la masculina mano hacia su cara, la acarició suavemente la mejilla, de forma tan tierna que a Laila la descolocó y fue invadida por millones de sensaciones.

—Laila…
—¿Cómo sabes mi nombre? —preguntó algo alarmada.
—Es lo único que pude averiguar de ti, desde entonces te he estado buscando, pero no fui capaz de dar contigo. Solo pude encontrarte en mis sueños…

 La miraba como si fuera un espejismo y tuviera que tocarla para comprobar que era real.

—¿Quién eres? —dijo ella apenas sin voz.
—Alex, mi nombre es Alex.

De pronto se asustó, estaba delante del hombre con el que soñaba, al que deseaba cada noche, era real. Su simple caricia la puso demasiado nerviosa.

—Lo siento —dijo Laila

   Y se fue corriendo, recordó los baños donde se había refugiado la vez anterior. Estaban alejados, al fondo de la galería, nadie iba allí. Necesitaba respirar, aclararse, no sabía que estaba ocurriendo. Llegó y abrió rápidamente la puerta, se apoyó en ella intentando coger aire. Al fondo vio un gran ventanal, como el de su sueño, parecía que todo se había quedado grabado en una parte profunda de su mente. A la izquierda había tres lavabos rodeados de mármol marrón. Se aproximó a uno de ellos y abrió el grifo, acercó los labios al agua y comenzó a beber. Escuchó la puerta y se incorporó. Allí estaba de nuevo. Le había seguido.

—Sigue bebiendo —le dijo con un tono sensual y erótico.

   Ella obedeció y volvió a acercar sus labios al agua. Vio como se aproximaba y dejaba un vaso en el marmol del lavabo.  Acercó sus manos en forma de cuenco, ofreciéndose a que bebiera de ellas. Se dejó llevar y tragó el fresco líquido transparente, sacó la lengua y lamió sus dedos suavemente. Escuchó un gruñido. Le había excitado con ese sensual toque.
   Se incorporó y clavó sus ojos en los de él. Se secó la boca con la mano. No podía evitar sentir esa fuerte atracción, estaban tan cerca, solos y por fin era real.

—¿Sientes lo mismo que yo? —le dijo a la vez que la arrinconaba contra la pared.
—¿Qué sientes?
—Un deseo primitivo e irracional por tu cuerpo, por tocarte, besarte, acariciarte y descubrir cada parte de ti. Desde que te vi, no he podido sacarte de mi cabeza. Te veía en mis sueños cada noche y ahora estás aquí, a mi lado. No puedo dejarte escarpar, siento que formas parte de mí en muchos sentidos, siento que eres mía…

   No hizo falta que ella contestara, la soltó la pinza que tenía en el pelo y ambos se abalanzaron el uno hacia el otro, la estaba desnudando. Laila sentía sus manos mojadas recorriendo su cuello, bajando hacia el pecho. Apretó su pezón humedeciéndolo con la mano. Él se apartó y se sacó la camiseta por la cabeza.



   A Laila casi se le paraliza el corazón, su cuerpo era perfecto, no podía esperar para tocarle, esta vez de verdad. Sentir realmente su piel, su tacto, es lo único que ansiaba. La cogió de la nuca, como en su sueño y la aprisionó contra su cuerpo. Se acercó a su boca y la devoró, salvaje y profundamente. Se besaban como si de pronto se fueran a volver a despertar, querían consumirse hasta saciarse por todo aquel tiempo de anhelo no concebido.

—Joder, estoy tan duro que voy a reventar.

Ambos siguieron desnudándose, jadeando, sin dejar de tocarse, besarse. La fue llevando hasta la ventana. La abrazó, quería sentir su calor, el ardor de su cuerpo, olió su pelo y volvió  a saborear su boca.

—Tantas noches soñando contigo. Ahora puedo olerte, saborearte, acariciarte —le dijo excitado.
—Por favor, que esto no sea un sueño.
—No nena, no lo es.
La levantó y la sentó en el saliente de la ventana.
—Hazlo ya —le dijo ella ansiosa.

   Él obedeció, cogió su grueso pene y de una estocada la embistió, ambos gimieron, ambos se movían como si se fueran a despertar, ansiosos, excitados. Laila le arañaba la espalda, mientras él la besaba salvajemente a la vez que la penetraba una y otra vez, cada vez más profundo, cada vez más fuerte.


 Ella llegó primero, el clímax rugió desde lo más profundo de su ser haciéndola gritar y él la siguió detrás. Liberaron todo el deseo insatisfecho que les había acompañado durante todo ese tiempo, explotaron por todas las sensaciones reprimidas que cada día los había consumido.

   Se abrazaban exhaustos, jadeando, pero en ese instante, el sonido de un vaso rompiéndose contra el suelo hizo despertar sus temores. Asustada le abrazó, no quería que desapareciera de su vida. Esta vez había sido tan real, no podía creer que fuera un sueño.
Ambos miraron al suelo y Alex sonrió.

—Tranquila. Era la copa que había dejado en el mármol cuando entré en el baño —clavó sus ojos en los de ella. —Soy real y te lo voy a demostrar hora tras hora, día tras día.
   Ella le acarició el rostro y le abrazó. Cerró los ojos y lentamente le besó, el beso de una promesa, de un comienzo, de un sueño hecho realidad.
 

Aportación al Juego de invierno, del blog de Cuentos íntimos.


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4 comentarios:

  1. Te superas con cada relato. No me ha gustado.... me ha encantado!

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  2. Muchas gracias guapa, no sabes la ilusión que me hace que me digas eso.
    Un besazo!

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  3. Increíble Gata... me encanta, muchas felicidades, fue intenso, agónico, ese despertar en medio del deseo... uff

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  4. Jejeje. Muchas gracias Elizabeth por tus palabras y por leerlo ;-)

    Un besazo

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