Tara aparcó el coche cerca del
restaurante, había llegado diez minutos antes de la hora. Necesitaba
tranquilizarse, no podía evitarlo, estaba nerviosa por la dichosa cita. Habían
estado intercambiando mensajes durante toda la semana y finalmente habían
decidido que esa tarde no tendrían sexo, solo hablarían. ¿Cómo era posible que le
asustara más eso que tener relaciones sexuales con él?
No quería mentirle sobre su vida y no le
quedaría más remedio que hacerlo si Damyan le preguntaba demasiado. Estaba
cansada de esa situación: años atrás su vida había cambiado y desde entonces
estaba huyendo, fingiendo siempre ante los demás ser quien no era… ¡Levaba
tanto tiempo así! No quería, pero si no le quedaba más remedio, si él le hacía
preguntas íntimas… tendría que mentirle.
Se miró en el espejo retrovisor y se
retocó el suave maquillaje. Le había costado un poco decidir qué ponerse, pero
al final eligió un vestido negro ajustado, que dejaba la espalda al descubierto
y le llegaba por encima de las rodillas. Las sandalias de tacón negras le daban
un aspecto más sexy. Quería provocarlo, que no se pudieran tocar no significaba
que no fuera a coquetear con él.
Salió del coche y se quedó esperando en la
puerta del restaurante. Damyan le había dicho que tocaban música en directo y
se cenaba muy bien. Miró a los lados y no lo vio, era la hora exacta. «¿Y si se
ha arrepentido?», pensó. Aunque en los mensajes que habían intercambiado a lo
largo de la semana, él había sido muy apasionado, diciéndole las ganas que
tenía de tocarla, de besarla, y lo mucho que echaba de menos deslizar las manos
por su cuerpo. Cuando le dijo aquellas cosas tuvo ganas de salir corriendo a
buscarlo y que la hiciera suya. Y en más de una ocasión ambos tuvieron que
retenerse para no hacerlo.
—Hola. —Tara escuchó una voz detrás de sí
y no pudo evitar sonreír. Había acudido a la cita—. Será mejor que te vuelvas,
si sigo viendo tu espalda desnuda creo que no podré aguantar toda la noche sin
tocarte. —Susurró, rozándole la nuca con su cálido aliento.
No pudo evitar que un cosquilleo le
recorriera el cuello. Se dio la vuelta y se encontró con su mirada, tan oscura
y seductora como lo era él. Llevaba una camiseta gris y unos vaqueros ajustados,
y a Tara le pareció que estaba realmente espectacular, como siempre.
—Estás muy guapa.
—Gracias, tú tampoco estás mal.
Damyan deslizó la mirada por sus labios y
se aproximó a ella agarrándola por la cintura. Por un momento pensó que iba a
besar su boca, pero no lo hizo, le dio dos besos cerca, muy cerca de la
comisura de los labios. Se tomó su tiempo para depositar suavemente primero uno,
a un lado de su boca, y luego otro, mientras la sujetaba por la cintura. El
simple toque la quemaba. «Esto va a ser más difícil de lo que pensaba», se dijo
a sí misma.
—¿Entramos? —preguntó él con un tono seductor,
todavía demasiado cerca de su rostro.
Asintió casi sin poder hablar. Damyan
extendió el brazo indicándole que pasara primero y, cuando por fin sus piernas
la obedecieron, entraron en el restaurante.
El camarero les pidió que lo siguieran.
Las velas que había sobre las mesas producían un efecto sensual e íntimo. Una
iluminación escasa, pero perfecta.
Los llevó a una mesa que estaba en un
rincón, algo apartada del resto, desde donde podían ver perfectamente a los
músicos. Una mujer alta y delgada cantaba una canción lenta, acompañada por un
hombre que tocaba el piano. Tenía una hermosa voz.
Se sentaron y el camarero los dejó solos,
sus miradas se cruzaron y Tara vio que estaba un poco agitado.
—¿Te ocurre algo?
—Tara, creo que el resto de la noche iré
delante de ti. Si sigo viendo tu espalda desnuda y el contoneo de tus caderas
al andar no podré controlarme…
Ella sonrió de forma provocativa.
El camarero volvió con la carta, eligieron
las bebidas y se fue dejándolos otra vez solos. Ambos comenzaron a estudiar la
carta, aparentemente atentos a su tarea, aunque de vez en cuando levantaban los
ojos para encontrarse con la mirada del otro. Tara no se podía concentrar en
qué pedir; sonreían y volvían a leer el menú.
—En este sitio hacen una lasaña excelente
—sugirió Damyan.
—Bien, eso me gusta, la probaré.
Pidieron los platos y Tara miró a la mujer
que cantaba. La música era tranquila, muy suave, por lo que se podía hablar muy
bien. En ese momento dejaron de tocar y la cantante dijo que los músicos iban a
tomarse un descanso.
—Bueno, deberíamos empezar a hacer lo que
la gente normal hace cuando tiene una cita —dijo Damyan.
—¿Y qué se supone que hace la gente normal
en las citas? —preguntó divertida.
—Hablar de sus gustos, aficiones, a qué se
dedican…
—Bien, ¿a qué te dedicas?
—Soy enfermero.
—¿De verdad? —No se lo imaginaba de
enfermero, aunque no le importaría que le revisara de nuevo todo el cuerpo.
—Noto un tono de mofa en tu voz —le dijo
sonriendo a la vez que levantaba una ceja.
—No, no, para nada, es solo que no
imaginaba que fueras enfermero.
—¿Y tú?
—Soy mecánico, arreglo coches.
—Mientes. —Comenzó a reírse a carcajadas.
—Es cierto —contestó muy seria.
—¿Y te asombra que yo sea enfermero?
—Bueno, lo normal es que haya más
enfermeras que enfermeros.
—Sí, y lo normal es que haya más hombres
mecánicos que mujeres.
—Definitivamente somos algo... anormales.
Ambos comenzaron a reírse. Hablaron de sus
aficiones, de lo que hacían en el tiempo libre, y se sintieron muy complacidos
al comprobar que tenían muchas cosas
en común. A ambos les gustaba la música rock, el cine, viajar. Tara cada vez
estaba más a gusto a su lado; aún no había
tenido que mentirle en nada y se alegraba por ello.
Por un momento guardaron silencio y Tara
se quedó observando sus labios gruesos y perfilados. Tenía ganas de hacer
desaparecer la mesa que los mantenía separados y besarlos de nuevo. Miró sus
ojos y vio cómo le dedicaba una intensa y penetrante mirada.
—Tara, necesito preguntarte algo que no
deja de darme vueltas desde que nos hemos encontrado hoy.
—Tú dirás.
Se acercó más hacia ella y murmuró:
—¿Llevas sujetador?
Tara, sin poder evitarlo, rompió en una
carcajada.
—No sé si debería decírtelo. —Se acercó
también a él y sus caras quedaron peligrosamente juntas, clavó la mirada en sus ojos y le contestó—: No, no llevo
sujetador…
Damyan cerró los ojos y apretó el puño
conteniéndose. Respiró hondo, haciendo un notable esfuerzo por controlarse de
nuevo.
—Bien nena, porque quiero que hagas algo
por mí. —Lo miró extrañada—. Ve al cuarto de baño y quítate las bragas. Quiero
que no haya nada debajo de ese vestido.
El tono ronco y grave que utilizó al
decírselo hizo que un escalofrío le recorriera el cuerpo, golpeándole con
fuerza en su sexo. Se humedeció al escucharlo.
—Pero hemos dicho que no vamos a tener
sexo.
—Lo sé, y así será, pero será un gran aliciente
esta noche, cuando esté solo en mi cama y me masturbe pensando en ti.
La imagen erótica de Damyan desnudo en su
cama y dándose placer pensando en ella la excitaba tanto que, por un momento,
una imagen de ella metiéndose debajo de la mesa y bajándole los pantalones pasó
por su mente. Después lo llevaría a su coche y lo obligaría a que la hiciera
suya. Se levantó de la silla y con gesto seductor sonrió y fue hacia el baño.
Entró y se quitó la ropa interior metiéndola en el bolso. Se sintió expuesta y
a la vez libre. Volvió a la mesa en el mismo instante en que la cantante y su
compañero empezaban a tocar de nuevo.
—¿Ya no las llevas?
—Puede que sí o puede que no, creo que te
vas a quedar con las ganas de saberlo.
A Damyan esa provocación le excitó tanto
que su erección se hizo mayor. La polla le dolía, necesitaba estar dentro de
ella. Cada vez le intrigaba más esa mujer, era una caja de sorpresas. Y quería
ir descubriéndolas una a una.
—¿Tienes hermanos?
Tara se tensó. «Conversación equivocada»,
pensó. No quería hablar de su pasado.
—¿Por qué lo preguntas?
—Como eres mecánico, pensé que a lo mejor la
vocación venía de tu padre o
hermanos. —Damyan notó que ella se había puesto a la defensiva.
—¿En qué hospital trabajas? —le preguntó
cambiando de tema.
Él se dio cuenta, pero no dijo nada.
—En el Ramón y Cajal.
«Mierda, él está allí, en el mismo
hospital que Damyan». Se empezó a poner nerviosa, bebió agua. Por primera vez
durante aquella noche pensó en huir. Quería que les sirvieran de una vez el
helado que habían elegido de postre y marcharse. Él pareció darse cuenta y la
agarró de la mano.
—¿Estás bien?
—Sí, perdona he de ir al baño.
Se fue rápidamente y entró en el aseo. Se
refrescó un poco con el agua de los lavabos, se miró en el espejo y se habló
intentando tranquilizarse. «Vamos, Tara, no seas tonta, sigue disfrutando de la
noche». Se apoyó en la pared y sintió la desnudez en su vagina. Cómo le
gustaría olvidar todo entre sus brazos, ahora más que nunca necesitaba sus
caricias, sus besos. Damyan lograba que no pensara en nada, solo en él, en su
toque, en el fuerte cuerpo unido al suyo.
Oyó el ruido de la puerta al abrirse.
—¿Tara?
—¿Qué haces aquí?
—Creo que te pasa algo, ¿estás bien? —preguntó
mientras se aproximaba a ella y la acariciaba el cuello.
—Sí, perdona. Ya podemos salir. —Su
proximidad la estaba asfixiando, sentía una creciente necesidad de tocarlo.
—¿He dicho algo que te ha molestado?
—No, para nada, no te preocupes, de
verdad. —Y le dio un rápido beso, rozándole los labios.
Ambos sintieron la misma chispa al chocar sus
labios. Se miraron y el rostro de él cambió reflejando la ascendente pasión que
crecía en su interior.
—Todavía no me has dicho si llevas bragas
—susurró cerca de su boca.
—Te he dicho que puede que sí o puede que
no.
—Eso no me sirve, quiero saberlo, y me
parece que no tendré más remedio que comprobarlo por mí mismo.
Damyan le presionó el cuerpo contra la
pared; en cualquier momento alguien podía entrar en el aseo, pero parecía que
no les importaba. Deslizó la mano por su muslo, sin dejar de penetrarla con la
mirada. La respiración de Tara se aceleró. Él seguía avanzando hacia su
entrepierna.
—Se supone que no podemos tener sexo —dijo
Tara jadeando.
—Lo sé, por ahora no lo estamos teniendo,
solo quiero ver si me has obedecido.
Tara le agarró del brazo y sintió la
musculatura tensarse entre sus manos. Necesitaba que la tomara y la penetrara
allí mismo. Finalmente llegó hasta su sexo y Damyan comprobó que estaba
desnudo.
—¡Joder, Tara!
Y ya no pudo controlarse, la besó, la besó
intensamente, jadearon a la vez que se metían en un baño sin parar de besarse,
de tocarse. Tara comenzó a desabrocharle los pantalones, mientras que Damyan le
bajaba el vestido viendo sus pechos desnudos. Se metió un pezón en la boca y
ella gimió. Volvió a besarla, las lenguas fuertes y hambrientas echaban pulsos,
queriéndose meter más profundamente en la garganta del otro. Le bajó un poco
los pantalones, agarró la polla y comenzó a moverla de arriba abajo. Él no
paraba de jadear. En ese momento oyeron la puerta. Ambos se detuvieron e
intentaron no hacer ruido, respirando con normalidad.
Se miraron a los ojos, hambrientos. Él apoyó
la frente contra la suya, intentando contenerse. La besó de nuevo, esta vez de
forma suave y más dulce. Ella lo agarró de la nuca y lo presionó más contra su
boca. Tara reprimió un gemido. Finalmente, oyeron el ruido de la puerta al
cerrarse. Estaban solos de nuevo. Damyan se apartó.
—Espera, espera. No debemos, quiero que de
verdad cumplamos lo que hemos dicho. Hoy no te penetraré, al menos no con mi
polla. —Ella lo miró extrañada —. ¿Tienes un consolador?
—Sí. —Sonrió.
—Muy bien Tara, porque ahora voy a
dejarte. A las dos en punto quiero que estés desnuda en tu cama y con el
consolador en la mano. Quiero que recuerdes este momento, para que estés húmeda
para mí, pero no debes metértelo, ni correrte.
—Pero entonces… ¿Qué quieres? ¿Martirízame?
—No nena, quiero escuchar cómo te corres
conmigo a través del teléfono. Me obedecerás y harás todo lo que te pida. Te
llamaré esta noche y te diré una a una las cosas que voy a hacerte.
—Pero…
—Sin peros. La próxima vez que nos veamos
será en mi casa y te follaré de todas las maneras que se me ocurran. Te daré
tanto placer que no querrás salir de mi habitación. Y me rogarás que siga,
Tara, ten por seguro que lo harás…
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